domingo, 06 noviembre 2016
"Te relacionan con las narcofosas de San Fernando, Tamaulipas", le suelto a María, "más de 200 cadáveres", agregó.
Ella fija la vista en la pintura amarilla que delimita la cancha de volibol sobre la que nos sentaron en un par de sillas. Que la vida se pudre apenas los ojos se cierran para estornudar o que por el contrario, se deteriora lentamente como las mazorcas de maíz, son hechos que le constan. Porque la senda que trajo a María a prisión se construyó poco a poco, pero también de un putazo. Uno solo.
"Mi vida en libertad valió madres cuando fui a trabajar a Tijuana, tenía 15 años; pero también se fue a la chingada cuando tenía 18 y agarré un aventón hasta Reynosa", confiesa con ternura. Parece una caja de zapatos cuando la abrimos y está vacía, Estamos en el interior de un Centro de Reinserción Social de Baja California. María no tiene sentencia condenatoria, pero lleva cuatro años encarcelada.
Flota en el limbo. Calcula una sentencia de 30 años por los delitos de secuestro y delincuencia organizada. Convencido de que detrás de la verdad siempre hay un chingo de verdades más, el testimonio de María tiene el objetivo de conocer los distintos acontecimientos que, a lo largo de su vida, la han sometido a una incesante metamorfosis que ha desembocado en su reclusión. Un día fue niña, ¿qué fue lo que pasó después?
MARÍA
Al igual que su familia, María, nació en el estado de Veracruz, en un municipio a tres horas de distancia de Tampico, Tamaulipas. Su papá se marchó de la casa cuando ella tenía cinco años, nunca lo volvió a mirar, aunque sabe que está vivo. Su mamá se dedica a limpiar casas. Tiene cuatro hermanos. El más grande cocina carne al carbón en un restaurante. Otro trabaja en Telmex como reparador de líneas de teléfono, mientras que su hermana es guardia de seguridad en Autobuses de Oriente. El hermano menor, por su parte, está entregado al Resistol 5000 y a los solventes.
Tenía 11 años cuando una tarde su mamá la quiso madrear con un garrote por negarse a trapear el baño de su casa. Se salvó corriendo. Trotó con tal ahínco que llegó a una plaza al extremo opuesto de la ciudad. Esa noche durmió en una banca como un gato sobre el capacete de un auto. En la madrugada la despertó un niño. El Tuti. "¿Por qué duermes aquí?", le preguntó. "Porque me pega mi mamá", contestó. Al tiempo, el Tuti y varios niños más, que también sobrevivían en la misma plaza, se convertirían en su familia. Robaban para comer, comprar mariguana y chemo. María estuvo en situación de calle hasta que volvió a su casa a punto de cumplir 15 años. En aquellos días empezaba a consumir piedra de cocaína con regularidad. Una vecina, cinco años mayor, le platicó que en Tijuana el trabajo de cuida-niños y personas adultas sobraba..
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